Jesús enseñó en Mateo 15:18-19 que “lo que sale de la boca, del corazón procede; y esto contamina al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias". Estas palabras nos recuerdan que aquellas acciones, pensamientos y palabras que alojamos en el corazón nos desvían de la sanidad interior. Somos el reflejo de nuestra mente sana o enferma, desplegada en acciones que en ocasiones cautivan nuestra voluntad y nos encarcelan. El dulce cantor de Israel, David lo expresó cuando dijo, “saca mi alma de la cárcel, para que alaba tu nombre” (Salmos 142:7). Nuestras acciones y palabras son el resultado de lo que hay en nuestro corazón. Por lo tanto, si deseamos experimentar una transformación genuina en nuestras vidas, debemos permitir que Dios sane nuestros corazones y nos purifique de adentro hacia afuera.
¿Cómo lo logramos? Dedicando tiempo en oración y comunión con Dios, buscando su guía y dirección para nuestras vidas. Pero también es importante perdonar a aquellos que nos han herido, dejar ir el resentimiento y el rencor, y permitir que el amor y la gracia de Dios llene nuestros corazones. A la medida que permitimos que Dios trabaje en nuestras vidas, experimentamos una sanidad profunda que trasciende a lo que el mundo nos ofrece. Porque si no lo sabías… ¡Cuándo hay un vacío interno, buscamos llenarlo con cosas externas!
Entonces, en lugar de aferrarnos a la sanidad que esperamos recibir de los demás, debemos enfocarnos en la sanidad que Dios nos otorga. Solo entonces podremos experimentar la plenitud de vida y paz que El anhela para nosotros. Como dice el Salmos 51:10, “Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí". Que ésta sea nuestra oración constante mientras buscamos la sanidad y la plenitud que solo Dios puede brindar. ¡Que nadie te desvíe de sanar tu corazón!
Un abrazo,
Dra. Dórily
